La declaración de reparación y reconocimiento personal concedida a la memoria del profesor Vargas Corpas ha sido el primer documento de esa naturaleza solicitada desde Brasil. El hecho llamó la atención del Instituto Cervantes, de Brasilia, que ha decidido abrir su programación cultural del año 2011 con una sesión que tenía por tema la guerra civil española de 1936-69. En su primera parte, la profesora Ana Vargas, del cuerpo docente del Instituto, presentó el tema “El arte y la guerra civil”. En seguida, la señora Carmen G. Vargas, nieta de Vargas Corpas, presentó un resumen del proceso que sufrió su abuelo. Al final de la sesión habló el embajador, D. Carlos Alonso Saldíva,r sobre los movimientos migratórios.
Se reproduce, a seguir, el discurso que presentó la nieta del profesor Vargas Corpas en el Instituto Cervantes.
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Instituto Cervantes – Brasilia – 7 de abril de 2011
A propósito de la Ley de Memoria Histórica y la República de los Maestros:
un homenaje a mi abuelo Placido Enrique Vargas
Buenas tardes,
Cuando le sugerí al director del Instituto Cervantes, don Pedro Eusebio, que promocionara una conferencia sobre la Ley de Memoria Histórica, mi intención fue la de compartir con la comunidad española de Brasilia una experiencia reciente, muy personal, y por lo que sé, inédita. También pensé que pudiera compartirlo con las personas que se interesan por la cultura de España.
Según estoy informada yo he sido la primera ciudadana española, residente en esta capital, a ingresar con un pedido de Reparación y Reconocimiento Personal a un ciudadano afectado por la guerra civil de 1936, un procedimiento previsto en la Ley de Memoria Histórica de 2007.
Esa Ley, para quien no lo sabe, permite la reapertura de procesos que fueron motivados por aquella guerra. Una guerra de tristes consecuencias para todos los españoles y que causó heridas que nos llevaron muchas décadas de sufrimientos.
Mi pedido fue enviado al Ministerio de Justicia, en España, por medio de los servicios consulares de la embajada de Brasilia. Y en octubre del año pasado he recibido finalmente la contestación. Me concedían la Declaración de Reparación y Reconocimiento Personal a la memoria de mi abuelo, Plácido Enrique Vargas Corpas, que fue maestro de la Escuela Normal de Granada.
Para mí era el fin de una larga historia y de una larga jornada.
Una historia con más de 70 años.
Y si no tuvo un final feliz, porque supuso la muerte violenta de mí abuelo, sí que permitió restablecer alguna justicia.
Al contarles mi experiencia, espero animarle a otros españoles e hijos y nietos de españoles a que busquen también información sobre sus ancestrales que fueron víctimas de la Guerra Civil.
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Antes de seguir, me gustaría hacer una pequeña pausa para subrayar dos puntos que considero importantes:
El primero para decirles que mi narrativa no tiene cualquier propósito político que no sea el de saludar, con el sentido ciudadano, a la democracia española.
El segundo para darle las gracias a algunas personas que me han permitido estar hoy aquí para contarles mi historia:
A José Luis Entrala, historiador granadino, por las informaciones que nos aportó con su libro “Granada Sitiada”, pero también por su apoyo, incentivo y amistad;
A Ramón Panes, oficial del consulado español en Brasilia, por la atención y cuidados con los tramites de mi petición junto al Ministerio de Justicia;
Al director don Pedro Eusebio, por la receptividad a mi propuesta.
A Monica Barcelos, gestora cultural, a Ana Isabel Vargas, profesora, a Begoña Comenero, jefe de documentación, y a Norma Peixoto, bibliotecária, por el cariño y ayuda;
y a todos los amigos de Brasilia que están aquí hoy.
Muchísimas gracias a todos.
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Nací en 6 de agosto del 45, seis anos después del final de la Guerra Civil, y en los momentos finales de la 2ª. Guerra Mundial. Fue exactamente en el día de la bomba de Hiroshima.
Mi madre era de Granada y mi padre de Tánger, Marruecos. Y fue en Tánger que nací y donde viví hasta cumplir dos años.
Después fuimos para España, donde nos quedamos hasta el año 53, cuando vinimos para Brasil. Mis padres tenían entonces cinco hijos y mi madre estaba embarazada del sexto, un niño. Mis padres decidieron buscar alternativas en el Nuevo Mundo y superar las dificultades de la vida en un país destrozado por la guerra.
Nosotros, los críos, no teníamos problemas, para aprender el portugués, hacer nuevas amistades, aprender nuevas costumbres, todo era diversión.
Para mis padres fue más difícil, por la distancia de la familia y la correspondencia con España que se iba poco a poco tornando más escasa.
En aquella época una carta llevaba casi un mes para cruzar el Atlántico.
En pocos años nuestra comunicación con España se redujo a las noticias que recibíamos cuando alguien se moría.
Algunas veces yo intentaba hablar con mis padres para recordar los sitios y las personas que habían marcado mí infancia en España, pero el ejercicio no iba lejos. A mi madre no le gustaba recordar lo pasado y raras eran las veces que solíamos ver las fotografías de aquel tiempo.
Poco a poco el pasado se estaba borrando.
La única cosa que mi madre hizo siempre cuestión era de conservar la lengua y los valores de la hispanidad. Dentro de casa solo se podía hablar español.
Nosotros sabíamos que una de las cosas que impedía mi madre de hablar del pasado estaba relacionada con la muerte de su padre. El había sido fusilado en 1936, durante la Guerra Civil. Mi madre nunca nos reveló los motivos de su muerte, ni las circunstancias en que pasó.
A veces mi padre intentaba añadir alguna información sobre el tema, pero mi madre lo impedía. El silencio no se rompía.
Lo que ella contaba era que mi abuelo había sido fusilado por un “lamentable error”. Lo único que había dejado era una carta de despedida, con muchos términos religiosos, donde pedía a su mujer y a sus hijos que fueran valientes para enfrentar las dificultades. También decía, como que justificando el lamentable error de que hablaba mi madre, que “Dios escribe derecho aunque parezcan a nuestra pobre mente, tan humana, renglones torcidos”
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Volví a España, por primera vez, en 1988, 35 años después de haber salido de allí. Entonces empezamos mi marido y yo, una busca incansable para aclarar la muerte de mi abuelo.
Busqué a mis tíos, hermanos de mi madre, que todavía estaban vivos en Granada. Pensé que ellos, seguramente, me contarían todo.
Me equivoqué.
Ellos no hicieron otro cosa que repetir lo mismo que decía mi madre: que el abuelo era una persona muy religiosa y que todo no pasó de un gran y lamentable error.
Solamente muchos años más tarde, volviendo otras veces a España, fue que la historia se fue aclarando, con sus motivaciones y contextos. No directamente por mis tíos, sino que investigando en libros sobre el tema y buscando documentos en los archivos públicos.
Mi madre, mi padre y mis tíos, todos han fallecido sin jamás decirnos una palabra que no fuera repetir la historia del “error”.
Me he dado cuenta, además, que el silencio no era cosa solamente de mi familia. Lo encontré igualmente en casi todos los españoles y especialmente en los granadinos con quién intenté obtener alguna información. Era algo “endémico”. Poco a poco, a medida que iba conociendo lo que pasó en aquel entonces, pude comprender la razón del silencio y lo que significaba verdaderamente una guerra civil.
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Mi abuelo era maestro de la enseñanza pública. Enseñaba en la Escuela Normal de Granada, la misma en que se había graduado en 1904.
Estaba a punto de jubilarse cuando España se transformó en una república, en el año 1931.
Y la república llegó con un gran programa político para democratizar la enseñanza y reducir el papel de la iglesia en el sistema educacional.
Se quería llevar la cultura y la enseñanza a toda la población pobre y marginalizada, con énfasis en las poblaciones rurales, donde la ignorancia significaba garantía de mano de obra para los barones locales. En el caso de Granada, eran los barones del azúcar de remolacha.
Mi abuelo no era más, entonces, un joven ilusionado por ideologías revolucionarias. Pero como viejo maestro, con la experiencia de enseñanza en los pueblos vecinos de Granada y Almería, seguramente ha creído que el programa republicano era la solución para Granada y para la propia nación española.
Mi abuelo ha participado de muchas de esas innovaciones. Con el hijo mayor se incorporó a una de las Misiones Pedagógicas, un programa que llevaba el cine, el teatro, la lectura y otras actividades culturales a las poblaciones lejanas, analfabetas y que jamás habían recibido la atención de los gobiernos anteriores.
Se menciona que en esa época se han instalado en toda España, algo como 5.500 bibliotecas. Por casualidad o causalidad genética, soy la coordinadora del proyecto cultural “Bibliotecas Casa do Saber”, que en los últimos casi cuatro años ha logrado crear 88 pequeñas bibliotecas en Brasília y otros dos Estados. Los libros vienen de donaciones de la población de Brasilia, incluso del Instituto Cervantes, y los demás costos son cubiertos por una empresa privada – la red GASOL de Combustibles. Algunas de ellas en las áreas rurales y dos en otros estados, en el interior de Maranhão y de Ceará. Esa experiencia, mayormente en las áreas rurales, es que uno siente más que en cualquier otro sitio las carencias culturales.
Cerrando este pequeño paréntesis, vuelvo a mi narrativa.
Por todo que se hizo entonces, aquella época pasó a ser llamada por los historiadores, con mucha propiedad, como la “República de los Maestros”.
Pero otras cosas no iban bien y la república tuvo grandes dificultades en mantenerse. En las elecciones de febrero del 36 las fuerzas políticas estaban muy divididas y la crispación era creciente.
Las elecciones fueran muy reñidas. Mi abuelo participó muy activamente de esas disputas y mencionan los relatos de la época que llego incluso a ser perseguido por opositores en un pueblo, donde solo pudo salir con la protección de la policía.
En varias municipalidades de la provincia de Granada las elecciones tuvieron que repetirse, por acusaciones de irregularidades. Algo semejante pasó en otras provincias.
Al fin, los republicanos han conseguido la mayoría. Pero la reacción no tardó mucho.
El día 18 de julio se declaró el golpe militar. Y tres días después Granada estaba bajo el control de las tropas rebeldes. Todos los dirigentes del gobierno local y los integrantes más destacados de los partidos que apoyaban el gobierno, así como los miembros del magisterio, fueron presos inmediatamente.
En la cárcel mi abuelo fue uno de los signatarios – muy probablemente bajo coacción - de una carta, del 8 de agosto, criticando los ataques aéreos que el gobierno republicano lanzaba sobre Granada para intentar retomar el control de la ciudad. Pero el bombardeo continuaría a pesar da la represalia del comandante de los rebeldes, que determinara el fusilamiento de aprisionados.
Poco después el gobierno de Franco empieza una gran reacción contra el sistema educacional republicano. Manda suspender de empleo y sueldo todos los maestros que de algún modo cooperaron con el régimen republicano. Se instalan, entonces, las Juntas de Depuración del Magisterio.
En la condición de miembro de un partido de izquierda y maestro, las posibilidades de mi abuelo sobrevivir eran completamente nulas. Su mujer, muy religiosa, buscó apoyo en la iglesia. Pero a pesar de todos los esfuerzos y ruegos de la familia, nadie ha conseguido cambiar lo que ya estaba decidido.
Después de tres meses en la cárcel, en la madrugada del 23 de octubre de 1936, Placido Vargas fue ejecutado por tiros de fusil delante de la tapia del cementerio de Granada,
El proceso de la Junta de Depuración contra mi abuelo, totalmente basado en declaraciones de ningún valor jurídico, solo fue terminado en octubre de 1940, cuatro años después de su muerte. Lo han sentenciado, entonces, a la separación definitiva del magisterio y baja en el escalafón respectivo.
Era lo mismo que una nueva codena de muerte para un hombre que había vivido para la enseñanza y que encontrara en la militancia política el mejor camino para que la instrucción se hiciera el más democrático derecho de sus conciudadanos.
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La apertura de los archivos de la Guerra Civil y la ley de Memoria Histórica aprobada por los gobiernos democráticos de España, me han permitido conocer lo que le había pasado a mí abuelo y pedir la reparación que la ley permitía.
Hoy me siento inmensamente feliz por haber conseguido rescatar la dignidad de la memoria de mi abuelo e la reparación moral por las injusticias de que ha sido víctima. Este documento es la prueba definitiva de que se ha partido el silencio que ha inquietado mi alma por tantos años.
Ese documento deshace, también, el “lamentable error” que ha avergonzado mi madre, sus hermanos y su propia madre, mi abuela.
Desafortunadamente ninguno de ellos pudieron leer el documento de reparación concedido por el Estado español
Creo que he cumplido mi obligación, como nieta y como ciudadana.
Muchas Gracias.
Carmen Vargas Ganzelevitch