domingo, 25 de março de 2007

No se puede olvidar


Plácido Enrique Vargas Corpas:
algunas noticias sobre su muerte en la Guerra Civil Española



Introducción

La guerra civil española (1936-39) produjo un número muy grande de víctimas. No solamente en los frentes de batalla pero, también, en las ejecuciones de civiles por milicias formadas por grupos más radicales de las bandas en conflicto. Se estima que murieron entre 700 mil y 1 millón de personas.

Esa guerra fue motivo de amplio interés por parte de la opinión pública mundial debido a la intensa disputa ideológica que despertó entre adeptos del comunismo, del anarquismo, de la social-democracia, del nacionalismo y del fascismo. Se creía, además, que el resultado de la guerra civil en España podría modificar el equilibrio político en Europa.

Lo que se pasaba en España en aquellos años 30, en el campo político, era apenas una parte de lo que se pasaba en Europa y en otras partes del mundo. Europa, principalmente, pasaba por un importante proceso de transformación política, intentando deshacerse de la pesada carga de los viejos sistemas monárquicos. Es verdad que la burguesía ya había alcanzado el poder y logró consolidarlo a lo largo del siglo XIX. Además, ya había puesto en marcha la revolución industrial, pero los beneficios de tantos avances no llegaban a las bases de la sociedad: ni a las clases obreras ni, mucho menos, a los campesinos. Al iniciarse el siglo XX el socialismo y el comunismo ganaban espacio en la escena política europea. Más que otros cambios, la conquista del Estado ruso por un movimiento comunista pasó a significar, en aquel entonces, un ejemplo para las organizaciones de las clases obreras de otros países. Era, al mismo tiempo, una fuente para la agitación en el seño de las izquierdas y justificativa para la represión por parte de las derechas.

Más que deshacerse de las viejas monarquías las fuerzas políticas progresistas buscaban en Europa una forma de gobierno que permitiera una mayor participación de las masas en la política y en la sociedad[1]. Además, la república era el régimen de los jóvenes países de América y pasó a ser elegida como forma ideal para dar soporte a los nuevos ideales en Europa. Significaba ampliar el derecho de voto para todos, ampliar el derecho a los representantes de las clases obreras y campesinas a ser votados. Significaba, también, reconocer el derecho de las masas a la enseñanza universal y gratuita, y eso es lo que más interesa puesto que Plácido Enrique era un maestro de enseñanza, que conocía muy bien las limitaciones de la educación publica, principalmente en los pequeños pueblos rurales de la provincia granadina, en España. Tendría, más que nada por amor a su profesión, razones justas y suficientes para que se adoptara de pronto la república como ideal político. Y parece que a él se dedicó con sinceridad y responsabilidad.

El problema que suele pasar con los cambios políticos más estructurales es que a los grupos que más luchan por las mudanzas les sobran fuerza de razonamiento, pero les faltan fuerza de organización. Eso, en cambio, es lo que tienen siempre de sobra la iglesia y las instituciones burocráticas más tradicionales, principalmente, para esos temas, el ejército, por el hecho obvio de detener la fuerza de las armas.

Ha sido ese el caso de muchas de las nuevas repúblicas del final del siglo XIX y del principio del XX. Para quedarnos allí cerca, en la misma Península, la república portuguesa creada en 1910 poco pudo sostener sus ideales liberales. Tras una secuencia de golpes los militares asumieron el poder y encargaron al católico y tradicionalista Oliveira Salazar la conducción del gobierno para las cuatro décadas siguientes. Situaciones semejantes se repitieron en Alemania, en Italia, en Grecia y en muchos otros países.

La república en España había sido creada en 1931. Pero ya en 1932 los partidos favorables a la antigua orden reasumieron el poder. Fueron nuevamente derrotados en las elecciones de 1936, en un proceso muy disputado, con abusos de toda suerte por parte de los tradicionalistas, notadamente en Granada. Al fin, las corrientes políticas republicanas ganaron, pero el nivel de enfrentamiento había crecido demasiado.

La cronología de la guerra civil española marca el inicio de los conflictos en el 18 de Julio de 1936 cuando el general Francisco Franco, entonces comandante de las tropas españolas asediadas en Marruecos, a la época un protectorado de España, se puso al frente de un grupo de militares rebeldes, descontentes con los rumbos del gobierno.

Las bandas en lucha eran los “republicanos” y los “nacionalistas”. Los “republicanos” habían conquistado el gobierno en las elecciones de febrero de 1936. Representaban la legalidad constitucional. Dirigían ese gobierno los partidos republicanos junto con los socialistas, con apoyo de comunistas y anarquistas. Los “nacionalistas” eran los opositores al régimen republicano, la alta burguesía, la iglesia y grandes propietarios rurales, que apoyaban el golpe militar de Franco. Eran contrarios a las políticas que el gobierno pretendía implementar, principalmente: la separación de la iglesia y del estado, la reforma agraria, la libertad sindical, etc. Franco tuvo el apoyo militar de Mussolini y de Hitler, mientras Stalin proporcionó algún apoyo al gobierno republicano. Por los ideales libertarios, muchos jóvenes intelectuales de otros países se alistaron en las fuerzas republicanas.


Invierno del 1936: las elecciones de febrero y la prisión de Plácido Enrique

La derecha estaba muy atenta en Granada y tenía muy bien identificados “sus enemigos”, principalmente desde los duros embates trabados durante las elecciones de febrero de aquel año. Y es en aquellos momentos delicados que vamos a encontrar la primera referencia a la presencia de Plácido Enrique como miembro del grupo republicano. Entonces, los “caciques” trataban de hacer todo lo posible para mantener el control de la situación, incluso con el poder de la violencia, principalmente en los pequeños pueblos de la provincia. Plácido fue protagonista en un caso que pasó en el pueblo de Güéjar Sierra, en la Sierra Nevada, a unos 20 kilómetros de la capital. Eso está descrito en “Caciques contra Socialistas”[2] , un alentado volumen donde se hizo un detallado análisis de lo que sucedió en Granada durante aquellas elecciones.

Reproducimos lo que relatan los autores:
“Del mismo modo, en Güéjar Sierra, al parecer otra de las fortalezas electorales privativas del caciquismo agrario-popular, la actuación de escopeteros y bandas armadas fue decisiva. Allí, los apoderados e interventores del Frente Popular, un catedrático de Instituto (Daniel Ferval), un maestro nacional (Enrique Vargas Corpas) y un obrero (Francisco Gil) fueron detenidos, despojados de sus acreditaciones y conducidos presos a la cárcel provincial durante el día de elección. Veamos el elocuente relato de los hechos que, aunque no dejen de tener una cierta animosidad anticaciquil y antiderechista, son bien relevantes de lo que venimos apuntando:
En forma brutal les despojaron de la documentación electoral. A empellones les recluyeron en una inmunda corraleta del Ayuntamiento. Un vecino intentó darles acogida en su casa, pero una turba de salvajes la rodeó e intentó quemarla. Tuvieron que volver a la corraleta, no sin sufrir durante el trayecto pedradas, palos y denuestos soeces. Las “autoridades” del pueblo habían discurrido un truco para justificar la detención: declararles voceadores del comunismo libertario. El secretario del Ayuntamiento y el juez suplente les tomaron solemne declaración, y a las tres de la tarde una pareja de la Guardia Civil los conducía a la cárcel de Granada, donde estuvieron hasta el día siguiente. Habían salvado la vida, pero no la elección, que en Güéjar Sierra se simuló con todo desahogo, sin el menor respeto a la ley. Los caciques contaban de antemano con la impunidad. Llevaban un mes celebrando manifestaciones monárquicas en que se injuriaba a las instituciones republicanas y se asaltaban los domicilios de los izquierdistas. Lo sabía el gobernador Sr. Torres Romero, a quien se lo denunció, dándole los nombres, el Sr. Almoneda; pero la denuncia motivó la detención de los denunciantes, nunca la de los perturbadores, que gozaban patente de corso.”

Según los autores, los resultados de esa elección apuntados por las urnas parecen comprobar lo sucedido: el Bloque Nacional (partidos de derecha) consiguió nada menos que el 100% de los votos (2.056) contra ninguno para los candidatos de la Frente Popular. En otros 45 pueblos los resultados fueron similares, con el Bloque Nacional conquistando más de 90% de los votos.

Un punto que es interesante mencionar con respecto a la presencia de Plácido Enrique en Güéjar Sierra es que ese era el quinto más populoso de esos 46 pueblos, lo que puede traducir la importancia del grupo en que él hacia parte y que allí iba a representar los intereses del Frente Popular. Además es curiosa la composición del grupo: un catedrático, un maestro nacional y un operario, lo que parece indicar una fuerte participación de las elites culturales en soporte a las ideas republicanas, aunque en los grupos más moderados.

El Frente Popular ha conseguido en la justicia que se hicieran nuevas elecciones en casi todos esos pueblos y los resultados finales fueron bastante distintos de los iniciales. Los candidatos del Frente Popular han reconquistado el poder en Granada, y en toda España y empezaron a retomar los proyectos de los ideales republicanos. Los sueños de aquellos granadinos, sin embargo, han durado muy poco, solamente hasta el verano.

Verano del 1936: La prisión y muerte de Plácido Enrique

Inmediatamente a la sublevación de Franco los militares golpistas han buscado asumir el control de las provincias donde estaban las unidades bajo su comando. En Granada, aunque el General Campins, comandante militar de la zona en aquel momento, no tuviese la intención de unirse a los golpistas, fue forzado a firmar una declaración de “estado de guerra”. Pero su documento, datado de 20 de Julio y divulgado por la prensa el día siguiente,[3] demostraba sus dudas cuando concluía: “Granadinos: por la paz perturbada, por el orden, por amor a España y a la República, por el restablecimiento de las leyes del trabajo, espero vuestra colaboración a la causa del orden.” Y cerraba con un “Viva España” y un “Viva la República”. Algunos días después Campins fue preso y fusilado por sus “camaradas” en Sevilla. Ni su amistad con Franco lo salvó.

En los días que se siguieron las prisiones de Granada se llenaron de “izquierdistas”. Todas las autoridades locales y todos aquellos que ocupaban un puesto en la administración pública fueron privadas de la libertad. Lo mismo pasó a todos aquellos que frecuentaban el Centro Artístico y Literario, un espacio para reuniones y encuentros de naturaleza política. Plácido formaba en ambos los grupos.

No está claro todavía en que día los golpistas pusieron a Plácido Enrique en la cárcel. El motivo si: por ser republicano y activista debía ser forzosamente un izquierdista! Siquiera ha tenido tiempo y oportunidad para ser un opositor y hacerse en armas contra el régimen de Franco. Es probable que mismo delante del pelotón que le quitó la vida, no pudiera imaginar los años de luchas y sufrimientos que el pueblo español tendría que enfrentar.

Sabemos ahora que se le atribuye la subscrición, juntamente con otros encarcelados, de una carta de protesta contra los bombardeos que las fuerzas gubernamentales hacían contra los cuarteles de los militares golpistas de Granada. Ese episodio ocurrió el día 8 de agosto y, por ahora es un documento importante apenas para comprobar que en esa fecha ya estaba en la prisión. Cuanto a su importancia para que se pueda conocer mejor sobre las ideas y posiciones de Plácido Enrique con relación a los asuntos que menciona, hay que considerarse que, por principio, no deben merecer credibilidad cualquiera manifestación de una persona privada de la libertad. Mucho menos bajo el tipo de amenazas que salían todos los días en la prensa, que asimismo deberían ser mucho más blandos de los que se lanzarían a los detenidos.

La carta fue reproducida por él periódico “Ideal” [4]. No es difícil imaginar el motivo para se hiciera publicar esa carta. En aquellos momentos los cuarteles y campamentos de las fuerzas militares golpistas estaban bajo intensos ataques aéreos del ejército republicano. Esos ataques molestaban mucho a los “nacionalistas”. No tanto por los daños militares sino por los daños morales a su autoridad. Es que las bombas provocaban daños y muertes a muchos civiles a consecuencia de la poca precisión de los aviones. Como los “nacionalistas” no disponían de aviación y de equipos antiaéreos suficientes para defender la ciudad, su “autoridad” resultaba muy disminuida y sujeta, quizás, a reacciones por parte da la población civil. Adoptar medidas muy fuertes de represalia en contra de los ciudadanos aprisionados podría ser un arma importante.

Nota de la Comandancia Militar del día 7 de agosto, un día después de uno de los más fuertes bombardeos que sufrió Granada, decía[5] que: “En la madrugada de hoy y como represalia de guerra por el bombardeo que sufrió esta ciudad en la tarde de ayer, han sido fusilados veinte individuos presos en la prisión provincial. Así estaba ordenado en el Bando del pasado 31 de julio.”

En este contexto no se puede adoptar por seguro que Placido Enrique hubiera firmado por voluntad propia la carta datada del día siguiente a esa nota. Los términos mismos del documento permiten que se establezca la duda sobre su autenticidad. Justificando su protesta los presos decían que “nuestro dolor ha llegado a su colmo cundo por la prensa de esta mañana nos hemos enterado del imperdonable atentado artístico que supone bombardear la Alhambra”. Pero la parte más improbable es cuando afirman que “somos enemigos de toda violencia y crueldad y así queremos hacerlo público desde esta cárcel donde vivimos días de angustia, serenamente confiados en la caballerosidad de los militares españoles”.

El autor del libro donde se han obtenido estas citas añade sus propias conclusiones: “Dos anotaciones a la carta. El fusilamiento de todos ellos fue la contestación a su confianza “en la caballerosidad”, y el bombardeo de la Alhambra tenía un cierto sentido ya que, junto al Hotel Washington, había un cuartel de milicias”.

No se conoce todavía que tipo de juzgamiento tuvo Plácido Enrique y porque lo condenaron. Solo se conoce, por ahora, su certificado de defunción obtenido junto al Registro Civil de Granada. Ese certificado informa que su muerte ocurrió el 23 de octubre de 1936, en consecuencia de “heridas causadas por arma de fuego”. Pero tampoco esa es una información segura. José Luis Entrala afirma que él hubiera sido asesinado antes del día 3 de septiembre. Lo que parece cierto es que la enorme cantidad de fusilamientos que los generales de Franco han mandado hacer en aquellos momentos para imponer su autoridad han creado mucha confusión informativa. Así que no permiten adoptar nada como seguro, mismo lo que esté formalmente registrado.

Este tipo de confusión está muy bien documentado, por ejemplo, en lo que se refiere a la biografía de García Lorca, caso en que muchísimos autores han discutido sobre la fecha exacta de su muerte. Lo que se tiene por verdadero es que fue fusilado entre el día 17 y el 20 de agosto, teniendo como compañeros de infortunio el maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo Gonzáles y dos toreros (banderilleros) granadinos Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar[6].

Lo que se sabe muy claramente es que los bombardeos siguieron fuertes por muchos días más en aquel mes de agosto. Así como las ejecuciones de presos. El ejemplar de Ideal del día 11 trae más una noticia de lo que se pasaba todos los días en las prisiones de Granada: “30 ejecuciones entre ayer y hoy – Quince por juicios sumarísimos y otros quince en represalia de los bombardeos”[7]. Otras se seguirían. En cual de ellas pusieron a Plácido Enrique delante del pelotón?

Pero el autor que relata los acontecimientos de Granada a partir de lo que publicó el periódico Ideal nos da su opinión tras comentar las arbitrariedades del nuevo gobierno civil de Granada con respeto a los cambios en la educación adoptados por el nuevo gobierno por una circular del 27 de agosto de 1936, donde se ordena que:
“- La enseñanza de la religión católica es obligatoria. Los libros de texto de cualquier materia deberán ser autorizados por las autoridades eclesiásticas.
- Se colocará un crucifijo en lugar preferente de todas las aulas.
- Los maestros indignos serán separados del cargo”.

Y complementa el autor: “...hay muchísimos maestros “indignos” que son “suspendidos de empleo y sueldo” por sucesivas órdenes del Gobierno Civil. Entre las numerosas listas de nombres que todos los días aparecen en Ideal, el día 5 de septiembre de 1936 figura el maestro de Pulianas, Dióscoro Galindo González. El mismo que dieciocho días antes había sido asesinado junto a Federico García Lorca en las cercanías de Víznar. En esa misma lista del día 5 está la maestra de Almuñecar, María Ocete Azpitarte, y en la del día 3 el profesor de la Escuela Normal Plácido Vargas Corpas, uno de los firmantes de aquella carta de los presos políticos protestando por los bombardeos. Vargas Corpus también había sido fusilado antes de ser desposeído de su empleo.”[8]
Miembros de la familia consideran como correcta la fecha del 23 de octubre[9]. La cuestión es que seguramente no han tenido condiciones de cuestionar el documento. Y una prueba adicional que ese registro no es perfecto está en la edad atribuida a Placido, 52 años, cuando la familia sabía perfectamente que tenía 59.

Otro punto en que se puede cuestionar sobre la corrección del registro es que si la fecha de su muerte fuera la mencionada, la familia y los amigos habían tenido tres meses para presionar los militares a que no le quitaran la vida. Y hubo mucha presión, por cierto. “Ideal” publica en el 15/08/36 una nota del gobernador civil, José Valdés, que determina: “Queda rigurosamente prohibido toda influencia acerca de las personas detenidas a disposición de este Gobierno Civil, sea cual sea la calidad y condición del recomendante y recomendado. Los infractores serán sancionados con 150 pesetas”. A lo mejor, la prohibición afectaría a los pobres, únicamente.

Se sabe que Plácido Enrique era una persona religiosa y con muchos amigos en la provinciana Granada de aquella época. No le faltarían, ni a él ni a sus familiares, quien se dispusiera a apelar en su favor. Es probable, que en verdad, no fue salvo de la muerte porque no hubo tiempo para tal.

Conclusión

La victoria de los nacionalistas ha dado fin al conflicto. Oficialmente la guerra terminó el día 1º de Abril de 1939 pero, en verdad, los españoles han sufrido por cuatro décadas más bajo la dictadura de Franco. Muchos han sido perseguidos, muchos tuvieron que emigrar y jamás pudieron volver a su patria.
Los victoriosos clasificaron como criminales a los vencidos, inclusivamente a los muertos, y los condenaron, en muchos casos, a pagar pesadas indemnizaciones para reparación al Estado.

Solamente después de la muerte de Franco y de las negociaciones políticas del año 1978 que resultaron en los Pactos de la Moncloa, pudieron los españoles volver a la convivencia democrática. En 1977 el nuevo Congreso de Diputados aprobó una Ley de Amnistía (Ley 46/1977) y, desde entonces, poco a poco, se empieza a rescatar del silencio y del olvido forzoso los relatos y documentos que registraron aquellos años terribles.

Notas:
[1] Para los que quieran tener una idea más organizada sobre este movimiento se aconseja leer el libro de Samuel P. Huntington, “A terceira onda”.
[2] Mario López Martinez y Rafael Gil Bracero, edición de la Diputación Provincial de Granada, 1997, 578 pgs.
[3] Entrala, Jose Luis, “Granada Sitiada 1936-1939”, Ed. Comares, 1996, pg. 35.
[4] Cf. Entrala, op. Cit. pg. 244. El contenido de la carta no esta reproducido en el libro.
[5] Ídem, pg 262.
[6] Vease em Titos Martinez, Manuel, “Verano del 36 en Granada”.
[7] Entrala, op cit pg 256.
[8] Iden, pg. 274.
[9] Lo ha mencionado Carmelina, una de las hijas del maestro en 2005. Octavio Luis, otro hijo de Plácido Enrique mencionaba en el año 88, que la muerte de su padre había sido “un lamentable error porque era un ciudadano correcto, católico, políticamente moderado y que jamás lo podrían considerar como subversivo”.